Política y “politiquería”, son dos cosas bien distintas que en plena campaña electoral que termina el próximo 25 de octubre vale la pena aclarar.
En la primera hay una la afiliación y el compromiso de un individuo con una determinada ideología o agrupación política, normalmente la intención es promover un cambio a nivel político, la motivación y el compromiso del individuo con una ideología que lo lleva a ser parte activa de su organización; debatiendo ideas y principios, participado en un armado electoral o en la ejecución de algún cargo que conlleva a que los partidos políticos sean fuertes y sus militantes gobiernen un país.
Contraria a la política, y bien distinta; está la politiquería, donde sus dirigentes con sus maletas llenas de dinero, con la avaricia de hacer más riqueza recorren el país comprando conciencias, negociando con la miseria humana, logrando ocupar la dirección de altos cargos a nivel municipal, regional y nacional, donde hacen ochas y panochas con el presupuesto de la entidad. Es también llamada militancia estomacal, que la ciencia política designa como trásfuga; fácil es de palpar a nivel nacional, cuando al elector por su voto lo acostumbraron a ofrecerle un cargo o un contrato.
Las fronteras ideológicas de los mal llamados partidos políticos no existen, ver dirigentes como Horacio Serpa, Álvaro Uribe, Germán Vargas Lleras, el hijo de Rodrigo Lara haciendo pactos con las peores mafias que carcomen al país, producen asco y repugnancia.
Lo más triste es que todos los estamentos sociales vean estas relaciones normales, si profesan postulados de derecha se arropan con la misma cobija, existiendo impunidad total. Las investigaciones sobre compra de votos y el derroche de dinero el último día electoral, quedan allí donde tiene que quedar, cubiertos por el manto de la impunidad.
La sana política ante las prácticas clientelistas de la politiquería, no tiene nada que hacer, no se puede competir, las ideas y los principios no caben ni se valoran, la gente no distingue un político de sanas costumbres que quiera servir a su comunidad, con aquel que lleva un detalle (regalito o mercadito de la fundación Falcao), o el otro candidato que el día de las elecciones reparte lechona, camisetas y $50.000 mil pesitos.
Mientras no cambiemos las costumbres de hacer política, no va a haber paz, así se llegue a acuerdos con los grupos subversivos. A Colombia, la maneja una élite mediocre con quienes es difícil hacer el cambio, por la sencilla razón de que los mediocres les queda difícil gobernar.
El Papa Francisco en sus recientes visitas a Cuba y EE.UU, dejó varios mensajes contundentes que si los analizáramos sacaríamos grandes conclusiones, por la red nos dejan mensajes como este «A la gente la empobrecen para que luego voten por quienes los hundieron en la pobreza»
Facundo Cabral cantautor argentino en un mundo de boludos, nos trae referencia sobre su abuelo que era muy valiente: «Mi abuelo era un hombre muy valiente solo le tenía miedo a los boludos un día le pregunte ¿por qué? – porque son muchos! No hay forma de cubrir semejante frente, por temprano que te levantes, donde vayas; va a estar llenos de boludos, son peligrosos, porque al ser mayoría eligen hasta presidente…
Si piensan votar los invito a no ser “boludos”, voten bien, quieran a su país, a su municipio, necesitamos un cambio, Colombia lo necesita.
Héctor Pacheco