La historia de esta situación comienza cuando mi estimada Alcira Uribe de Calle me envía un correo electrónico que al abrirlo inmediatamente veo, ¡oh sorpresa grande!, las fotografías de un personaje cuya fisonomía se me hace conocida. Empiezo a escudriñarlas y cada vez mi asombro va en aumento. Leo fechas, equiparo épocas, observo rasgos, examino orígenes, verifico natalicios, comparo características, cotejo sucesos, recuerdo anécdotas, y noto que el aire de familia con el individuo que desde hace varios años conozco es pasmoso, diría petrificante como la mirada de Medusa.
A los dos -al recién conocido y al viejo amigo- no se les debe cantar la ridícula estrofa de cumpleaños: “que los siga cumpliendo hasta el año diez mil” porque, en este caso y según los entendidos, ¡ellos tienen muchísimos más!. Ambos poseen un cuerpo largo y amplio, de aspecto abrupto. Cada uno usa parecidas tarjetas de presentación pero escritas en distinto idioma. El encanto de sus figuras los hace semejantes. La injerencia del tiempo se evidencia en el tatuaje de las estáticas figuras. Los observo y me parece ver un ejército de gigantes surgidos de lo profundo de la tierra. O una distinguida colección de catedrales, palacios, castillos de franco estilo gótico, construidos con fascinante exquisitez.
Cansado de cavilar, inhalo fuertemente buscando llenar los pulmones con un nuevo aire. En seguida y sin titubear concluyo que tienen la misma naturaleza y procedencia pero que, por razones que sólo Dios sabe, terminaron separados, viviendo en lugares diferentes, cuidados por manos distintas, desempeñando la misma labor turística, con igual hermosura, piel erosionada, respetados y queridos a una, admirados por quienes los conocen. Y lo curioso del caso, sin que uno supiera de la existencia del otro. Para complementar diría lo siguiente: no hay duda que el dedo del destino señaló el lugar en el que, para bien de todos, deberían permanecer viviendo. Así lo he considerado yo.
Sin embargo me dejo llevar por mi acostumbrada terquedad, y bajo del recién barnizado armario el álbum familiar de nacaradas tapas en el que conservo las fotografías de mi conocido amigo y empiezo a compararlas con las que trae el correo de Alcira. Y ya no hay lugar a equívoco puesto que, por su serio parecido y especial forma, ellos definitivamente son relámpago y lluvia, llanto y arrepentimiento, fuego y pasión.
Para que vean lo atinado de mi análisis, les dejo estas fotografías de uno y otro, para que los equiparen y griten como yo lo he hecho: ¡ay juemica! …¡estos pegotes son realmente hermanos gemelos!. Y no me vengan a salir con el cuento de: “se parecen pero no son iguales”, o “son similares pero no idénticos”, o “tienen un aire de familia pero les falta algo”; porque soy capaz de ponerlos a oír un discurso del presidente Nicolás Maduro, el de “los extranjeros que nos atacan son de otro país”.
Jorge Carrascal Pérez