Esta es la inquietante pregunta que muchos nos hemos hecho en la intimidad o al meditar sobre el final de nuestra vida, y que muy pocos se atreven a plantear por considerar tabú y hasta vedado el tema. Casi siempre esta filosa incógnita se da al comienzo o en la mitad de la llamada tercera edad. Será por eso que ahora tengo la ventolera de plantearla y presentar mi propia respuesta a tan quisquilloso cuestionamiento. ¡A otros les da por consentir a un osito de felpa!
Empezaré diciendo. Mi hora preferida sería entre las ocho de la mañana y las seis de la tarde. Las ocho es cuando la gente se encuentra levantada y al rato inicia sus labores. Las seis porque es la hora del reencuentro familiar, de compartir y enterarse de los últimos sucesos acontecidos. No quiero ser la sorpresa nocturna y menos el amanecer triste en los que la mente aún se halla turbia,
sin juicio ni lucidez alguna. “¿Qué estás diciendo?” “Repetí despacio quién fue el que se murió”. “¿De cuál Jorge hablás?” “¿Qué día es hoy?” “Bonita noticia la tuya” “…y con semejante aguacero”.
Tal vez en ese horario todo esté funcionando. El sacerdote sabrá cuál lectura es la apropiada para la misa y el trance, la empresa funeraria -previamente escogida y pagada- tendrá lista la sala de velación, los oficios religiosos, el transporte, la inhumación. Las señoras que van a dar el pésame dispondrán del tiempo suficiente para escoger el traje y acicalarse. Los señores de lustrar los zapatos, hacer el rebelde nudo a la corbata, buscar el celular para avisarle al amigo lo acaecido. No quiero que manden costosas coronas de flores. Más bien esa plata -para mí ociosa- denla a gente que padece tanta penuria. A cambio de guirnaldas prefiero que lleven ramos de buenos recuerdos.
La tapa del ataúd debe quedar bien cerrada de tal manera que nadie pueda volver a abrirla. Ni más faltaba que terminara siendo blanco de cualquier número de juicios morbosos. “¡Cómo quedó de distinto!” “Tiene cara de haber sido una buena -o mala- persona” “¡Tan creído que era y véanlo ahora!” “Debieron haberle puesto más colorete para que no pareciera una vela” “¡Qué viejo se ve!”
No entiendo la razón de meterle candela a uno al poco rato de haber muerto. Bastante tenemos con los quemones que nos dio la vida. Además yo no nací para ser leña, lechona ni tengo alma de polvorero. ¡Me resisto a ser cremado! Desde niño conservo un gran pavor a quemarme totalmente.
Ojalá el clima se muestre complaciente, el cielo exhiba su vestido azul marino, las nubes en bandada apacigüen los rayos del sol y el viento despliegue sus agitadas alas para que hombres y mujeres no tengan que lucir pesadas prendas sino ligeros sentimientos. Que por ningún lado se asome la lluvia porque podría confundir las conmovidas lágrimas del llanto con simples gotas de agua resbalando por el sensible rostro de los amigos. Y abogaría para que el eco se convierta en el incansable y empecinado mensajero de mi apagada voz y del secreto poema que jamás canté.
No me gustaría que suceda un lunes pues la pereza del domingo lo contagia y persiste todavía. Nadie quiere hacer nada y menos ir a un velorio. Mal inicia la semana el que un lunes muere. Bueno fuera que sobreviniera el viernes. Ese día el cuerpo se haya dispuesto a la parranda, al baile, a pasarla contento y sin complicaciones. La presencia de un conjunto de cuerdas no caería mal, por el contrario, alegraría el momento, llenaría de un aire festivo el recinto y desaparecería la cara compungida de los asistentes. Cantarían el pasillo “Soberbia” de José A. Morales, el bolero “Adoro” de Armando Manzanero, el paseo vallenato “El arco iris” de Rafael Escalona. Y de Billo Frómeta el bolero “Cuando estemos viejos”: Cuando pase el tiempo/y te pongas vieja/la mujer más linda/ tendrás tú que ser/Cuando pase el tiempo/y mi voz se apague/muy calladamente/yo te cantaré/ Cuando estemos viejos/dulce novia mía/tu cabeza blanca/tendrá en cada cana una bendición…
Definitivamente el mes preferido sería octubre por los sustanciales eventos apuntados y la comprobada influencia zodiacal en los seres vivos; el de la serena y radiante luna. “De las lunas, la de octubre es más hermosa porque en ella se refleja la quietud…” cantó Pedro Infante; el del retozón Eolo encumbrando barriletes y colocándolos cerca al cielo y lejos del bullicio; el de las confesiones amorosas en la penumbra del teatro, con las manos cogidas y contemplando embelesados la película “Dios como te amo” de Gigliola Cinquetti; el del Día de Brujas en donde la fantasía se llena de ingeniosos disfraces, y de agradables dulces la boca de insaciables niños; el del día 12 cuando Cristóbal Colón y sus hombres llegan al continente americano y se instituye el “Descubrimiento de América”. Y el del 31, cuando padrinos, novia y yo llegamos decididos a la iglesia a dar testimonio de amor y entrega. A este evento se le recuerda como el “Matrimonio de Jorge y Gloria Alejandra”. Faltaba incluir el 3, celebración del Día del Odontólogo, fecha que me hace evocar nostálgicamente los momentos vividos en las aulas de la facultad y a los amados y humanitarios profesor Marcial Calle Álvarez y al hábil colega Álvaro Bayona Uribe.
Descansa el que parte, sufre el que despide; la pena y el luto son íntimos; lo bueno cállese, lo malo tiene difusión propia; creo y me conforta el reencuentro final; sentí la lluvia y el sol; probé las mieles del amor sincero; la rosa es bella y esplendorosa mi madre; Vulcano usó la fragua para moldear, papá el ejemplo; lloré de dolor y de alegría también; supe que la bendición no sólo la imparte el sacerdote en misa sino que los nietos la dan con su presencia; vi al amigo volverse oído, boca, corazón. Y aprendí que la esposa, los hijos, los hermanos y los nietos son agua fresca y limpia, de sagrado manantial en el que a diario abrevan la felicidad, el amor, los sentimientos y la gratitud.
Cuando muera dejen la puerta abierta para que entre el amor y cante, los recuerdos pasen y se acomoden en la memoria, las risas ingresen sin pedir permiso, la palabra siga al patio saltando, gritando y riendo como una chiflada, y el olvido que se asome a la puerta ¡pero que no entre!
Todo llega, todo pasa, todo se olvida. Dime muerte ¿dónde quedaron el tiempo, los besos, la vida?
Jorge Carrascal Pérez