Modelo no Modelo

Crónica del encierro en Colombia

Eran mas o menos las 8:30 de la mañana de un miércoles de Mayo cuando me disponía a entrar a la Modelo, la cita era a las 8 pero tuve que esperar porque a esa hora ingresa el grupo de sindicados del día, un grupo bastante heterogéneo de más de veinte hombres, jóvenes y ancianos, blancos y afrodescendientes, y un par con alguna discapacidad; fueron treinta largos minutos con un nudo en la garganta, presenciando un desfile de hombres esposados, cada uno con algunas de sus pertenencias en una bolsa y con una colchoneta de esponja, doblada y evidentemente usada y desgastada; después  de ellos entré yo, aún con el nudo en la garganta y con la piel de gallina, y eso que sólo serían unas horas.

Después de pasar tres filtros de seguridad en los que me inspeccionaron, me registraron, me reseñaron, me sellaron el brazo y me hicieran un par de sugerencias, estaba por fin en uno de los patios de la Cárcel modelo de Bogotá, un centro penitenciario construido por los años 50 para 500 reclusos, adaptado para tres mil  y que hoy alberga casi 6000 seres humanos en condiciones de miseria. Este lugar llegó a ser el “modelo” de prisión en América Latina en los años 60, pero también fue en los años 2000 y 2001, el reclusorio más peligroso del mundo, escenario de enfrentamientos armados entre guerrilleros y paramilitares caldeados por el narcotráfico, de lo cual aún hay rastros en las paredes y en los vidrios de seguridad, como si quisieran que perduraran en la memoria, aquellas imágenes sangrientas de los peores años de la violencia en nuestro país, o mas bien como muestra de que la política penitenciaria está lejos de ser una prioridad en la agenda gubernamental.

Entré acompañado de una Dragoneante al patio donde se encuentran los adultos mayores y los reclusos con discapacidades; el panorama, desolador.  Tres o cuatro se me acercaron con una sonrisa a saludarme y a darme las gracias por ir a visitarlos, yo, con dolor en el alma, pero con una sonrisa los saludaba y les daba la mano evitando preguntarles cómo estaban; entramos a un par de celdas y me tuve que esforzar para no llorar al ver cómo viven personas que bien podrían ser mis abuelos, con sus achaques y sus chocheras. La semana anterior había fallecido el mas viejito de todos, tenía cáncer, me contó su compañero de celda, por lo avanzado de su enfermedad le habían dado casa por cárcel, pero su familia no lo quiso recibir, increíble, como si se tratara de mercancía, “NO LO QUISIERON RECIBIR”, murió solo, en un hospital.

Luego, el patio donde se encuentran los extranjeros y los profesionales; el menos peor, tienen gimnasio y biblioteca; el nudo en la garganta se acentuó al escuchar el relato de un mexicano condenado a dos años por narcotráfico, de unos 30 años, profesional en finanzas, padre de un niño que nació mientras él estaba en prisión, cada vez que logra hablar por teléfono con su madre sólo le pide que lo perdone.

Por ultimo, entramos al ala norte, la de los hombres más peligrosos, donde se siente más el hacinamiento, donde había menos gente sonriendo, donde los reclusos apenas me miraban y por sugerencia de la dragoneante, lo mejor era mantener la mirada en el piso; iba a ser la hora del almuerzo y se comportaban como personas ya sin dignidad, velando por un plato de comida. Desde que el comedor fue cerrado por no cumplir condiciones de salubridad, la comida es llevada a cada patio en tanques de plástico, entonces es más higiénico servirles la comida a estos sujetos de derechos, en recipientes reciclados, y que coman en el piso o disfrutando de la comodidad de sus celdas.

Camino a la salida, era frustrante ver la mirada de decenas de hombres, detrás de una reja con sus manos queriendo tocar mi libertad; era frustrante ser consciente de todas las posibilidades que tenía yo minutos después, desde elegir el plato que iba a comer, hasta la hora en que llegaría a mi casa a descansar cómodamente, sabiendo que estos hombres, seguirían ahí, apenas viviendo; al final de un largo pasillo, se veía la luz, era la misma luz que iluminaba los patios, pero esta se disfrutaba porque iluminaba la libertad.

Aproximadamente el 30% de los reclusos de la Modelo son sindicados, personas a la espera de una audiencia que puede tardar hasta tres años para definir si son inocentes o culpables; ellos son a los que peor les va, pues siendo sindicados no pueden mejorar sus condiciones en el penal; esto tiene lugar pese a que hace varios años, la oficina de la ONU para los Derechos Humanos y la misma legislación colombiana exigen que los sindicados sean tratados con un régimen alterno  al de los condenados.

Y es cierto, a los sindicados y a los condenados debería tratárseles de manera distinta pero mas allá de eso, esta sociedad debe evaluar si desde lo institucional se está haciendo lo debido para evitar el delito y por otra parte, cuando ya se ha cometido el delito, debe reconsiderar si las penas están sirviendo para resocializar al ciudadano o lo están entrenando con odio para ser un peor criminal.

Ojalá lleguen pronto los días en los que más cárceles sean sustituidas por bibliotecas y museos.

*Esta visita a la Modelo pudo ser gracias al programa “Delinquir no paga” del Ministerio de Justicia y Derecho con el INPEC y al profesor Estanislao Escalente; mis agradecimientos.

Jorge Luis Solano Quintana

@solanojorge

Coke-luis@hotmail.com

Yebrail Haddad Linero

Yebrail Haddad Linero

Nativo de Ocaña. Es Abogado y Magister en Derecho de la Universidad Externado de Colombia. Se ha desempeñado como profesor universitario, asesor del Consejo Nacional Electoral, Director de Procesos Judiciales y Administrativos de la Gobernación de Cundinamarca, Personero y Alcalde de Ocaña, Director del Sistema Nacional de Bienestar Familiar y Asesor de Gobernabilidad para la Paz del Programa de Naciones Unidas.

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