Francisco[1] es un pintor ambulante de Bogotá. Se trata de un hombre de 61 años cumplidos que se gana la vida pintando y vendiendo sus cuadros de andén en andén.
Por asar del destino ha padecido de diabetes crónica, la cual le dificulta que cualquier herida que sufra se cierre a tiempo, demorándose en curar más allá de lo que a cualquier persona sana le ocurriría.
Y lo que tenía que pasarle, efectivamente le paso: de tanto caminar su pie izquierdo se laceró y se abrió en más de seis profundas y largas heridas. Por no tener los recursos económicos y por falta de atención oportuna, el pie se gangrenó.
Los galenos del hospital de una populosa localidad de la Capital procedieron a amputarle su dedo meñique y a iniciarle tratamiento con antibióticos. En cuestión de semanas la gangrena había invadido toda su pierna y amenazaba con quitarle la vida.
El diagnóstico no podría ser peor: debían amputarle la pierna entera. Francisco se angustió, no solo porque perdería una extremidad sino porque las piernas eran fundamentales en su trabajo. De inmediato se imaginó recorriendo las calles con una muleta en la mano y sus pinturas en la otra, una tarea a todas luces imposible. –Me volveré impedido- exclamó.
Recordó también la promesa que había hecho a su familia de poder pasar la navidad juntos en un paraje remoto de Santander. –Sin una pierna tampoco podré llegar hasta donde mi familia- pensó.
Pese a que la pierna de Francisco se ponía cada vez peor, al extremo que el nauseabundo olor que expelía imposibilitaba entrar a su habitación en el hospital, él tomó la decisión de no dejarse amputar su extremidad. Por el contrario, estaba convencido que sanaría y pidió que se le aplicaran todos los antibióticos posibles.
Sin embargo, los médicos en Bogotá no le daban esperanza pues el tratamiento no funcionaba. Ante lo cual Francisco lleno de fe, optimismo y perseverancia solicitó ser dado de alta y pidió le ayudaran a conseguir un pasaje para irse a Bucaramanga, porque tenía la firme convicción que en la Clínica Ardila Llulle sería curado.
A pesar que científicamente no se veía posibilidad distinta a la amputación, varias personas que integraban el personal médico y asistencial le consiguieron el dinero para viajar a Bucaramanga. Francisco caminó más de tres horas con su pierna gangrenada para reclamar el pasaje y luego viajó por más de 9 horas en bus para llegar a la Ciudad Bonita.
Ya en Bucaramanga pidió ser tratado de nuevo con antibióticos, pues a su decir debía existir algún antibiótico que no se le hubiera suministrado. Y efectivamente así ocurrió, milagrosamente los médicos de la Clínica Ardila Llule encontraron un antibiótico que no le había sido suministrado y este inexplicablemente funcionó.
Hoy Francisco se reúne con su familia, totalmente sano y con sus extremidades intactas.
Si no conociera de primera mano este caso no lo estaría contando y pensaría que se trataría de una historia más de superación personal inventada para alguna venta de multinivel. Pues no, Francisco es un ejemplo de fe, pero sobre todo de fortaleza y convicción.
Seguramente hay muchos Franciscos más en el mundo, pero vale la pena recordarlo porque cuando pareciera que los caminos se cierran y no hay luz al final del túnel, siempre hay algo más que se pueda hacer.
Inspirado en este caso, no debo perder de vista repetir mi mantra: insistir, persistir, resistir y nunca desistir.
Feliz navidad.
Por, Yebrail Haddad
[1] Para efectos de este escrito el nombre ha sido cambiado.