La fantasía es un don que deben cultivar las personas, puesto que les permite contemplar el mundo desde otras perspectivas, estimular la creatividad y satisfacer los deseos no cumplidos. La fantasía no daña a nadie, por el contrario, estimula por igual al hombre común y al de ciencia. El físico Albert Einstein dijo: La imaginación es más importante que el conocimiento. Y el conocimiento es limitado. La imaginación circunda el mundo. Cuando me examino a mí mismo y mis formas de pensar, llego a la conclusión de que el regalo de la fantasía ha significado más para mí que mi talento para absorber el conocimiento positivo. El padre de la literatura moderna de la alta fantasía, J .J .R. Tolkien, el de “El Señor de los Anillos” y “El hobbit” apuntó: La fantasía es, como muchas otras cosas, un derecho legítimo de todo ser humano.
Para el niño la fantasía se convierte en una de las fuentes básicas que utiliza para reafirmar su identidad. La otra es la literatura, cuyos cuentos populares, relatos de aventuras, evocaciones y poesías, le ayudan a potenciar y recrear su fantasía. Los tesoros más codiciados por el niño son los cuentos fantásticos, que narran historias en las que los lápices bailan, las cartulinas brincan, los libros cantan y las reglas corretean. El cuento, en donde todo es posible, también ha despertado el talento y la creatividad de muchos hombres famosos, y, para ilustrarlo, vale rememorar la anécdota relatada por la norteamericana Virginia Haviland: Un día, una madre angustiada se dirige al padre de la Teoría de la Relatividad para solicitarle un consejo: ¿Qué debo leerle a mi hijo para que mejore sus facultades matemáticas y sea un hombre de ciencia? Cuentos, contestó Einstein. Muy bien, dijo la madre. Pero, ¿qué más? Más cuentos, replicó Einstein. ¿Y después de eso?, insistió la madre. Aún más cuentos, señaló inmutable Einstein.
El siempre recordado escritor costeño Álvaro Morales Aguilar, que fuera profesor de literatura en el colegio José Eusebio Caro, conversando en el salón de profesores, me comentó: Es tan importante para culturizarse no sólo leer obras de Homero, Dostoyevsky, Tolstói, Víctor Hugo sino también los cuentos que alquila Rosita Angarita en la tienda en San Agustín, y, si es del caso, hasta literatura erótica porque de todo eso sacarás gran parte del material que nutrirá tu mente, la imaginación y su hermanastra la fantasía.
Y sepan la verdad de lo dicho por el profe Morales. Influido por los cuentos leídos, Esteban, el unigénito de Esteban Numa y Rosita Angarita, y a quien el papá en navidad le regaló un tigrillo, no dudó un ápice para ponerle el nombre. De inmediato lo llamó “Numa” igual que el enorme león de “Tarzán”. Como el papá era indiferente a la historia de “El Hombre de la Selva”, le recriminó al hijo haberle puesto su apellido al felino.
Fue tal la influencia de aquellos cuentos que días antes al carnaval de enero, en el segundo piso de la casa de los esposos Víctor Álvarez e Ilse Noguera (hoy Museo Antón García de Bonilla) nos reuníamos Adolfo García De la Rosa, Gustavo Álvarez Noguera y yo para moldear en arcilla las caras del gorila “Bolgani” y el mico “Chita” los compañeros de “Tarzán”, el mentiroso “Pinocho”, y a los que después íbamos pegándoles superpuestos papeles y así convertíamos en pintorreteadas máscaras para disfrazarnos o vender en las tiendas. Mamá nos ayudaba a nutrir la fantasía dejando de lado los trabajos de modistería para ponerse a confeccionar la capa de “Santo”, “Supermán” o “Mandrake”, la ropa del enjuto “Quijote” o el antifaz de “El
Llanero Solitario” que engreídos lucíamos en la vecindad o en el baile de disfraces. ¡Época de plenitud total!
No quiero que la fantasía deje de cantarme a los oídos y por eso diré lo que deseo para la venerada Ocaña. La Columna de la Libertad de los Esclavos, a la que en 1.894 el historiador Eustoquio Quintero pintara poética y bellamente “Aquella blanquísima columna resalta como el botón de una azucena”, la quisiera más alta, casi besando los labios de las nubes y en donde cupieran no sólo los cinco anillos concéntricos símbolo de los países bolivarianos sino América toda, libre de cadenas, y en la que el respeto mutuo sea el capitel, la honestidad el fuste y la familia su basa. Y el culto a las normas éticas, morales, religiosas, políticas, jurídicas, culturales se generalice y entronice. La convivencia amigable con el medio ambiente y el rechazo a la guerra se vuelvan en plácida melodía que arrulle el sueño tranquilo y respetable del abuelo, los nietos y la patria.
Con mis manos, haré un gran salvavidas hecho de nacederos, lluvias, nubes, humedales, aguagatos y mil gotas de reciente borrasca, y se lo lanzaré al desesperado río Algodonal para que no perezca ahogado por el olvido y la desidia. En las noches de luna llena besaré larga y apasionadamente su boca marchita por el implacable saqueo de una sociedad desalmada, cobarde e indigna. Y si de pronto al besarlo apareciera, como en un cuento de hadas, el cantarino caudal que la bruja mantenía cautivo, entonces iría corriendo a donde Luís Páez, el del prestigioso almacén “Everfit”, y le sacaría fiados un elegante vestido, una impecable camisa de lino y un par de brillantes zapatos de charol, y lo llevaría al Club Ocaña en el que le tendría una sorpresiva fiesta en su honor. La entrada estaría adornada con festones de aplausos, el salón principal con guirnaldas de felicidad y junto a la piscina se verían presumidos faroles de emoción. De pronto, y como llegados del más allá, Gilberto Núñez Sarmiento, Guillermo Lemus Sepúlveda, Rafael Contreras Navarro y Carlos Carrascal Claro, secundados por selectos músicos dejarían oír sus composiciones. Del multifacético Gilberto, el dueto «Juancho y Alfredo” cantaría el bolero “Vive como eres”. Luego haría su aparición la Banda Municipal interpretando de Guillermo el pasillo “Aromas de la tarde”, y después el bambuco “Aires de la montaña” del maestro Contreras. Al final intervendría el sensible Carlos con el bambuco “Alondra”. Por unanimidad se escogería, del prolijo José A. Morales, el pasillo “Pescador, lucero y río”, cantado por los célebres “Garzón y Collazos”, como canción representativa de la velada. El tronar de la pólvora retumbaría sobre las añosas ceibas del parque 29 de Mayo y del agónico reloj de la catedral de Santa Ana. Ojalá los estallidos lo hicieran despertar del prolongado sueño y vuelva a oírse el rítmico tictac de su caminar. Anciano relojero que paciente reparabas su vetusto cuerpo ¿dime adónde te has ido ahora que silenciosos y entumidos te esperan el péndulo, las manecillas, los volantes, la cuerda y el estropeado corazón?
En el sendero al Agua de la Virgen mantendría intactos el encanto del peregrinaje y la devoción mariana. Capacitados y diligentes guías harían conocer a los visitantes la historia completa de la aparición. Una bien dotada fototeca permitiría apreciar el humilde y milagroso inicio y el significativo desarrollo del sacro lugar. Haría esculpir en varios idiomas, igual que el Padre Nuestro en el lugar donde Jesús fue bautizado por Juan el Bautista en el río Jordán, la oración a la Virgen de Torcoroma. Para el uso de la piadosa comunidad (jóvenes, ancianos y minusválidos) instalaría modernos, cómodos, relucientes y bien dotados sanitarios cuyo acceso tendría un costo que serviría para su conservación. Al público, los creyentes y peregrinos les exigiría aseo, respeto y silencio en el lugar de la aparición y los invitaría a depositar una contribución voluntaria para el adecuado mantenimiento y ejecución de nuevas obras. Se oiría música litúrgica y clásica.
De alcalde nombraría a una persona que sienta real amor por la ciudad porque según dijera Mahatma Gandhi: ¿No es acaso el amor lo que hace vivir al mundo? Donde no está presente el amor, no existe vida. La vida sin amor conduce a la muerte. El amor y la verdad representan las dos caras de una misma moneda. Antes de posesionarse lo llevaría adonde el honorable ocañero y notable cirujano plástico Dr. Iván Carvajalino Duque para que le practicara ciertas intervenciones necesarias: Una pronta Blefaroplastia Funcional para subirle los párpados y pueda mirar mejor los problemas sociales que aquejan a la ciudad. La Otoplastia sería de inmediata ejecución pues reformar las orejas es imprescindible y necesario para oír bien las quejas, los pedidos, las sugerencias, los consejos y las advertencias. Tampoco podría dejarse de lado realizarle una Rinoplastia y lograr así que huela la fetidez de la corrupción y el delito o se extasíe con el grato aroma de la honestidad y el acatamiento a la ley. Aprovecharía esta cirugía para asimismo corregir el tabique si está torcido hacia la derecha o la izquierda. Aunque parezca terrible también se le haría una Mastectomía para que murieran de hambre los que viven chupándole y exprimiendo al erario público. Le exigiría imitar a Alejandro Magno cuando antes de morir -en este caso sería antes de acabar su mandato- pidió que sus manos estuviesen fuera del ataúd -de los bolsillos- balanceándose en el aire y a la vista de todos, para que pudieran ver que llegó con las manos vacías y con las manos vacías se va. A la entrada de la alcaldía colocaría esta frase de Martin Luther King: La violencia crea más problemas sociales que los que resuelve.
El aroma de mi juventud y de los amores idos guardaría celosamente en un frasquito de vidrio esmerilado.
Jorge Carrascal Pérez