Habían transcurrido once años desde mi última expedición; aún recuerdo como si fuera hoy lo espeso y fascinante de los bosques alemanes conocidos como la selva negra. En aquél entonces estaba en la búsqueda del Anillo Mágico de los Nibelungos, y quise probarle al mundo que eso que los estudiosos de la literatura llamaban mitología era tan real e indiscutible como la misma existencia de David el Gnomo.
¡Ah! tiempos aquellos en los que recorrí el Estado gringo de Indianápolis y parte de la bella Italia, como de la inmejorable Francia, siguiendo el rastro de los Gnomos de las praderas, los Alpes y los Campos Elíseos.
Cuando creí que había perdido toda mi capacidad de imaginar y de recrear los mundos maravillosos que soñaron los grandes exploradores como los hermanos Grimm, Tolkien y Rowling; cayó ante mis pies, desde lo más escondido de mi biblioteca en Bogotá, el “Diario privado de Willy Wonka”.
Conseguí el “Diario de Willy Wonka” sin proponérmelo, una vez que estuve caminando por el barrio Chino de Nueva York. Nunca di credibilidad a lo que veía, siempre pensé que se trataba de algún cuento inventado por algún chino y reproducido por todo el mundo para ser vendido por la módica suma de cinco dólares.
Esa noche, con el “Diario de Wonka” a mis pies, decidí echarle un nuevo vistazo.
No sé por qué no me había dado cuenta antes, pero leyendo y releyendo ese “Diario” tuve la sensación de que estaba al frente de algo extraordinario, y fue así como descubrí que más allá de un simple escrito de pacotilla, tenía a mano un verdadero mapa que con acertijos y refranes daba las coordenadas para la ubicación exacta de “Umpalandia”.
En alguna oportunidad escuché de los asombrosos viajes de Willy Wonka; un fabricante de chocolates muy famoso que recorría el mundo entero buscando nuevos sabores para sus golosinas. Supe además que en una de sus travesías se había topado, en algún lugar de la selva, con un mundo fantástico donde habitaban pequeños hombrecitos llamados “Umpalumpas”.
Willy Wonka descubrió que los “Umpalumpas” daban su vida por encontrar granos de cacao, los que eran muy escasos, y por tanto, manjares apetecidos por estos hombrecitos.
Debido a lo escaso de los granos del cacao, en “Umpalandia” todos los días se desayunaba, almorzaba y cenaba con unas horribles orugas llamadas “Mojojoy”, cuyo sabor amargo ponía de mal humor a los habitantes de este extraño y exótico mundo.