Se aproxima el día en que los ocañeros deben -digo deben porque no sólo es una obligación moral y un derecho constitucional, sino, nada más y nada menos, el eje central en el que gravita y se fundamenta la democracia– acercarse a depositar su voto para elegir a quienes van a conducir al país, el departamento, la ciudad, el municipio. A través del voto es como se construye la paz, y a partir de ella florece la vida, se materializan los sueños, renace la fe en lo nuestro y el optimismo en las praderas y los sembradíos.
De ahí la importancia de votar a conciencia, sin el señuelo del color azul, rojo o verde, o atraídos por la promesa engañosa, el regalo tentador, la palabra embaucadora, el abrazo farisaico, y, lo que es peor, por el aliciente temporal de unas cuantas monedas igual que si fuera la encarnación de Judas Iscariote.
Para el caso particular del alcalde de Ocaña, que es de lo que quiero ocuparme, deberá tenerse en cuenta a la persona que posea y muestre la voluntad de darlo todo en pro de la ciudad, la capacidad de luchar con denuedo y valentía, arreglar lo desarreglado, ponerle el cascabel al gato de la inseguridad, restablecer la confianza en la autoridad, quitarle la venda a la justicia, nivelar las cargas socioculturales, despejar la oscuridad de un desarrollo mal iluminado, rescatar lo que delegaron los mayores: educación, respeto, dignidad, coraje y valor. Facilite a los niños el sonajero de la felicidad, la brújula de un norte prometedor, el escudo de la protección, la claridad del estudio, y una guitarra para que aprendan a cantar orgullosos “La Ocañerita” y “La mugre”. Que brinde generosamente a las madres comunitarias el brazo de la motivación, el apoyo, la preparación y la responsabilidad. A los abuelos el sólido y estable bastón de la atención, el amparo, la compañía, el auxilio y la salvaguarda inmediatas. Al medio ambiente el agua fresca de la conservación, la suave brisa del cuidado y los mecanismos de enseñanza a la comunidad. El respeto y la promoción de los valores culturales, artísticos, arquitectónicos, tradicionales y religiosos ha de ser parte de su insignia personal. Y por sobre todas las cosas, que ame y disfrute ejerciendo el cargo.
Todo eso me lleva a pensar que lo que la cuna de los Caro necesita urgentemente es una Ocaña segura, una Ocaña en orden. De ahí que les deje la inquietud real, el argumento explícito y la verdad desnuda.
Muchas personas piensan, ¡vaya error!, que un solo voto no importa o significa muy poco. Sin embargo, en la actualidad, cada vez más elecciones se resuelven con una pequeña diferencia y un número de votos desdeñados temerariamente al principio. Es entonces cuando, con ojos desorbitados, cara angustiada, rechinar de dientes e inculpaciones de uno y otro lado, la gente se percata que cada voto realmente contaba, era determinante, valioso. Y ya para qué. Después del ojo afuera, no hay Santa Lucía que valga.
Jorge Carrascal Pérez