Él te condujo por el desierto, y en esa tierra seca y sin agua ha hecho brotar para ti un manantial de agua de la roca dura» (Dt 8,15).
Los 33 es una película que nos habla del poder de Dios, de la esperanza, de una batalla de lucha contra el tiempo, nos habla de la sangre latinoamericana que se apasiona ante esos charangos que suenan mientras se ven a los mineros tratando de sobrevivir en el fondo de la tierra, tal vez nos falta que la tierra nos trague, nos engulla para que miremos sin apariencia la realidad circundante, para descubrir lo que somos capaces de hacer por amor, porque fue el amor, fueron las existencias que quedaron en la superficie del desierto de Atacama las que les permitieron tener fuerza y sobrevivir ante una desgracia que podría haberles costado la vida.
De los errores aprendemos, fue la salvífica expresión que dijo el ministro de minería cuando estaban a punto de desfallecer en la búsqueda de los 33 mineros chilenos, y es ahí, ante un milagro de Dios, ante un destello celestial, ante una claridad del Espíritu Santo, donde el ingeniero que habían contratado para la búsqueda descubre que tiene que hacer una nueva perforación con un ángulo de desviación para ubicar a los mineros sepultados.
Es el amor, ese taladro que es capaz de romper la piedra, de desempolvar el desierto, de desmoronar la roca, de quitar las enfermedades, el amor descubierto en una noche oscura es el que en definitiva nos resucita, aun cuando las esperanzas pareciesen desfallecer y aun cuando todos ven la muerte, Dios da su última palabra y nos demuestra que los milagros en la vida son la forma para fortalecer la fe que se desvanece ante la frivolidad de la humanidad.
Esta cautivadora película puede convertirse en una alegoría al poema Llama de Amor de Viva de San juan de la cruz, llama que nos permite amar a los otros y nos permite brindar calor en la fría desesperación y poder manifestar como lo hizo el místico aquello de que por más sombría que sea la vida siempre tendremos las lámparas de fuego, en cuyos resplandores las profundas cavernas del sentido, que estaba oscuro y ciego, con extraños primores calor y luz dan junto a su querido. Lámparas en los cascos de esos mineros, lámparas que les permitieron ver el pecado que cada uno poseía, lámparas que les iluminó el interior de un alma que no se había encontrado con la ternura de Dios. La película de Los 33 nos habla de lo que puede gozarse el alma cuando observa los resplandores y el amor que recibe de Dios. Ellos rezan el Padre Nuestro, rezan para que se abran los ojos del alcohólico, rezan para que los llene de vida. Todos rezan, todos tienen fe, todos saben que en la mina sucede algo, por eso se santiguan al ingresar a ella para encomendarse a ese Cristo que nos redime en los miedos y temores que nos acompañan. Al final es donde descubrimos que el protagonista ha sido Dios y allí queda plasmado sobre esa roca la nueva ley de Moisés, esa que resume todo el Antiguo Testamento y abre al Nuevo, con la seguridad que fuimos hechos para él, allí queda escrito en la oscuridad de la mina esa evidencia que a veces se nos olvida por la ceguera espiritual, eso de que DIOS ESTUVO SIEMPRE CON NOSOTROS.
La mina de san José se encuentra en el desierto más árido del mundo, en el film vemos a un desierto de Atacama que nos envuelve y nos deleita con imágenes sorprendentes de ese hermoso paisaje solitario, una de ellas es cuando el autobús que los lleva dentro de la mina tiene que pasar por sus arenas bellas, como recordándonos aquel pasaje del profeta Oseas: Por eso, yo voy a seducirlos, los llevaré al desierto, y hablaré a su corazón. En el desierto la oración se simplifica mucho, y descubrimos que orar es ser naturalmente nosotros ante Dios. Porque nada, ni nadie nos condiciona; los mineros se limitarán a estar en la transparencia de su propia realidad ante Dios, al que han buscado inconscientemente en el oro de la mina, pero Dios ha estado metido en lo más profundo de su ser, esa fue la riqueza más grande que descubrieron en los días que estuvieron en la soledad sonora de un socavón lleno de infinito amor. 67 días donde tuvieron que aprender a vivir con una motivación espiritual, de confianza y de abandono en medio del desierto, viviendo a plenitud la oscuridad emocional, oscuridad que siempre estuvo acompañada de visos de luz, porque aún se puede sonreír en medio de la muerte. Estos hombres se sumergieron en la generosidad que sólo se devela en la medida que veamos en el otro el rostro del creador.
Los 33 mineros después de haber salido del vientre de Dios, podrán cantar al igual que san Juan de la Cruz el siguiente estribillo: En la interior bodega, de mi Amado bebí, y cuando salí por toda aquesta vega, ya cosa no sabía; y el ganado perdí que antes seguía.
Padre Hevert Alfonso Lizcano Quintero
Fraile Carmelita Descalzo
Cuenca-Ecuador