Era temporada de pasquines en Barbatusca. Esta jornada en particular había sido prolija y generosa en cantidad. Ya se contabilizaba la cifra record de tres pasquines por semana. Había panfletos por doquier y aunque varios de estos caricaturizaban las acciones y vericuetos administrativos de distintas personalidades del orden municipal, como el Director del Hospital y el Gerente de las Empresas de Servicios públicos, e incluso al Señor Obispo, la mayoría de ellos se dirigían de manera grotesca a nuestro gobierno.
Tres personajes, fundamentalmente, protagonizaban la guerra de pasquines, y aunque todo el pueblo sabía de quienes se trataban, ellos mantenían una postura impávida y elegante, como si la cosa no fuera con ellos. Algunas veces, hasta utilizaban el mismo mecanismo de difusión que implicaba el uso de las fotocopiadoras de la calle 12 y a algunos viejos pensionados e inconformes desempleados que circundaban habitualmente el marco de la plaza.
En fin, en esta ocasión, los pasquines estaban siendo difundidos por episodios, cada uno de los cuales adelantaba a manera de novela mexicana el tema a tratar en la siguiente entrega, de tal manera que al generar un hilo conductor, producían interés en los sectores populares.
También estaban los pasquines que respondían a otros panfletos, y los que a su vez replicaban a estos. Incluso varios de ellos asumían posiciones de defensa de nuestras acciones o de “contra-ataque” a quienes nos hacían daño con su propaganda injuriante y calumniosa. En estos casos, aunque intuía por sustracción de materia, cuál de los tres famosos panfleteros había asumido nuestra defensa oficiosa, jamás consentí, patrocine o autorice este tipo de respuestas.
Frecuentemente mis compañeros de la Alcaldía, como mis amigos y aliados me sugerían que iniciara acciones penales contra los difamadores o que incluso “autorizara” responder la agresión con las mismas “armas”. Pero los problemas de Barbatusca y las necesidades de sus gentes eran tan apremiantes que no podía darme el lujo de distraerme de mis objetivos y propósitos. Mi respuesta entonces siempre fue la misma: “poner la otra mejilla y concentrarnos en las acciones del gobierno”.
Quizá por ello se había iniciado de manera orquestada un plan maquiavélico en mi contra tendiente a desacreditarme y a presentarme ante la opinión pública no solo como un “corrupto y vulgar ladrón”, sino además como un gobernante “incapaz y negligente”, estratagema que para entonces desconocía, pero cuya implementación ya estaba en estado muy avanzado.
Desde mi campaña a la Alcaldía me había separado de la clase política tradicional, pero recién iniciado mi mandato en el año 2008, no solamente fui tajante y profundicé mi independencia y autonomía, sino que tuve que tomar decisiones tendientes a mantener incólumes mis principios personales, mis valores familiares y los postulados presentados a mis electores, aun so pena de perder aliados, generar tempranamente “contradictores” e incubar soterradamente traidores.
Esa tarde de sábado primero de mayo, decidí dar una “vuelta” por el centro de la Ciudad, acompañado por un estupendo clima: -ni frio ni calor- evoqué en mi mente la frase de un viejo amigo, e inicié a recorrer las empedradas calles de la zona histórica dejándome deslumbrar, una vez más, por las bellas edificaciones con teja española, que aunque mezcladas y alteradas, evocaban la época colonial y republicana.
Sentado sobre las escaleras del Templo y teniendo por vista los balcones de la casona de los “Caro”, tomé de manos de Andrea Camila un nuevo pasquín, que ella a su vez había recibido de Dolores Jazmín, quien era la presidenta del comité comunal del barrio “El Cirgüelo”.
¿Hasta cuándo vas a dejar que trapeen el piso con nosotros? –Me dijo en tono recio Andrea Camila- La miré, hice un gesto, pero no respondí. Me concentré en la lectura del Pasquín, que por lo demás me estaba resultando muy divertida, toda vez que inauguraba la serie del “Principito del Siglo XXI”, que no era otro diferente que yo mismo, con “estas carnitas y estos huesitos”.
Paradójicamente, la comparación con ese enigmático y noble personaje de la obra cumbre del aviador y novelista Antoine de Saint-Exúpery, me causaba singular interés, toda vez que había sido fuente de inspiración durante mi infancia, y por tanto, el Principito, su flor y el zorro, con frecuencia me recordaban que “lo esencial es invisible a los ojos y que solo se ve bien con el corazón”.
-Este pasquín es de la “Casa Editorial Pezuña”-, le aseguré con mis sentimientos a flor de piel a Andrea Camila, quien me miró con sus ojos queriéndoseles salir de la cara.
A “Pezuña”, cuyo alias provenía de una folclórica combinación de sus apellidos “Pérez-Luña”, lo había conocido durante mi campaña a través del Notario de “Rajatabla”, un pueblo distante en 25 kilómetros de Barbatusca.
De “Pezuña” se decía que había envenenado lentamente a su madre, sirviéndole pequeñas dosis de mercurio en el café negro que ella tomaba dos veces al día acompañado de arepa sin sal, rellena de queso costeño. La leyenda urbana afirma que de esta manera “Pezuña” se hizo acreedor de la pensión de sobrevivientes que por ley a ella le correspondía, pues no se tiene noticia que durante su vida haya desempeñado empleo o trabajo alguno.
El doctor Sampués, distinguido noble rajatablense, me había abordado y ofrecido muy gentilmente los servicios de la Notaria Única del Circuito, los que además incluían como un “plus”, las artes y oficios de “Pezuña”, maestro en pasquines y diestro en la calumnia, la injuria y la disociación de candidatos y funcionarios públicos; actividades estas presentadas como “ejercicios de periodismo social”.
Categóricamente se me señaló que los servicios de Notaría y de “Pezuña”, se prestarían sin contraprestación alguna, como forma de “ayudarme” para que una vez yo llegara a la alcaldía los “ayudara” a ellos. -¿En qué consiste esta ayuda que yo les daría de llegar a la Alcaldía? ¿Dr. Sampués? – Le pregunte pasándome de inocente. -Verá Alcalde, el Municipio tiene muchas demandas, la mayoría las va a perder. Lo único que tiene que hacer usted es proponerle a los demandantes que concilien, y claro está, estás conciliaciones se harán en mi Notaría. De los honorarios y el monto de las conciliaciones me ocuparé yo, y usted tendrá el diezmo pa’l Divino Niño- Concluyó el Dr. Sampués.
Por supuesto que no acepté. Desde entonces, en plena campaña política, tanto el Dr. Sampués y su amanuense “Pezuña”, se estrenaron como mis “eternos contradictores”, “enemigos políticos” y “malquerientes personales”.
Con mi llegada a la Alcaldía, y con el pasar de los meses, la labor de Sampués y Pezuña trascendió de lo meramente panfletario a la guerra sucia y el empleo de la artillería jurídica, hasta el punto de lograr una combinación de “todas las formas de lucha” en contra mía y de mi equipo de gobierno.
Sampués y Pezuña habían conseguido engrosar sus filas con la participación de Sergei Román, “Güicha” Guzmán y “Teo” Navarrete. Ellos, que en alguna oportunidad “comieron de mí mismo plato”, se habían declarado, en momentos distintos del gobierno, en “oposición”, por cuanto que a su decir “habían descubierto la gran corrupción del alcalde”, cuando en realidad estaban haciendo una “proyección” de su propia manera de pensar y de obrar, tal y como lo predecían las tesis del psicoanálisis Freudiano.
Aunque debo confesar que su traición me dolió en el alma, también debo decir que finalmente sentí un “fresquito” cuando tomaron distancia, toda vez que no había conocido personas con tal nivel de egoísmo, amor por el dinero, desprecio por el ser humano y odio congénito, amén de que sus demandas “a cambio de su apoyo”, se habían hecho insostenibles, lo que me hubiera en la práctica implicado permitir que robaran el erario público a través de la contratación administrativa, controlaran el sistema de salud pública y dirigieran mi gabinete municipal.
No acceder a sus exigencias, se constituyó entonces en la principal causa de ruptura entre ellos y mi administración, y de contera en la creación de un grupo de oposición (y destrucción) llamado “Caos”, que tomara su nombre del exitoso programa de televisión de los años setenta “Get Smart”, traducido al castellano como “El Súper Agente 86”.
Más allá de resultar una simpática parodia, la metáfora que encerraba “Caos Vs. Control”, implicó que no solamente la producción de pasquines en nuestra contra se aumentara considerablemente, que se atacara con infamias y desinformación sobre la administración en las redes sociales, que una lluvia de demandas y acciones disciplinarias cayera sobre mí, sino también que de manera sorprendente y temeraria habían logrado que el grupo Narco-Subversivo “RTP”, que operaba en la Región, me declarara mediante comunicado público “objetivo militar”.
Con la sentencia de muerte y la lápida sobre mi cabeza, y con la impotencia de saber de dónde provenía la amenaza pero no tener las pruebas para decirlo, convoqué un Consejo de Seguridad, y dejé en manos de las autoridades policiales y de investigación, este asunto, el que no obstante, carcomía de miedo, dolor y tristeza a mi familia.
Nuevamente “puse la otra mejilla”, y seguí adelante dedicado a las metas del Plan de Desarrollo y a los compromisos con la ciudadanía. Gracias a Dios y a la entrega del equipo de trabajo y colaboradores de la Alcaldía, como de mi sacrificio personal y familiar incesante, los logros del gobierno se seguían sucediendo y los reconocimientos en el orden nacional e internacional, e invitaciones a contar nuestro modelo de gestión y experiencias de buen gobierno, no paraban de llegar.
Fui invitado, con todos los gastos pagos, a Brasil, Senegal y algunos países de Europa continental, a contar los progresos de Barbatusca y la manera como éstos estaban siendo posibles, situación que enfureció más a “Caos” y los obligó a radicalizar sus planes de “batalla” en mi contra.
No había reunión pública o privada, o actividad clandestina, que pasara desapercibida en Barbatusca. “Caos” acostumbraba reunirse en el “Café de la Gata”, pasos arriba de la fotocopiadora que les servía para reproducir los panfletos. Y no es que ellos creyeran que jamás iban a ser vistos, todo lo contrario, se reunían en un lugar público para hacer una demostración de poder, “mandar un mensaje” y revestir sus actividades con el ropaje de la legitimidad.
Pues bien, sin proponérmelo, hasta ese momento me mantuve informado de sus actividades, lo propio hicieron ellos al cooptar a dos servidores públicos de la Alcaldía, los que más tarde contribuirían a materializar su golpe mayor. “Caos” dirigió sus acciones a desacreditarme ante la ciudadanía, el gobierno nacional y la comunidad internacional. Fui acusado de coautor de una famosa matanza de jóvenes vulnerables que fueron presentados como “bajas guerrilleras en combate”, una acusación sin pies ni cabeza, que finalmente fue archivada pero en cuya defensa me desgasté considerablemente.
Posteriormente promoverían, sin éxito alguno, la revocatoria de mi mandato. En fin, toda suerte de argucias y artimañas se desplegaron en mí contra tendientes a desmoralizarme, a acabar con mi estabilidad familiar, a menguar mis finanzas personales, a romper la cohesión de mi administración y fracturar la gobernabilidad. A todos esos ataques resistimos como un roble, y por el contrario, entre más actos en contra se producían, más y mejores resultados producíamos. La opinión pública local nos reconocía, la gente nos quería y apreciaba nuestro trabajo.
En el último año de mi gobierno, “Caos” entró en desesperación, delirio y locura extrema. Fue así como Román propuso al interior de su agrupación “asestar un golpe directo y contundente” en nuestra contra, “imposible de prever y subsanar”, del que “no tuvieran tiempo, por la cercanía de la finalización de su mandato, de reponerse”. Para la mayor de nuestras tristezas, un pariente mío estaba contribuyendo logística y financieramente a las actividades de “Caos”. Así, “a la brava”, por los golpes de la vida, entendí que a no todas las personas hay que creerles lo que dicen, y que sí existe gente mala en el mundo.
Encarnada en “Caos”, conocí la maldad.