Para La seis de la mañana del sábado los pasquines “made in Caos” revoloteaban por la Ciudad, y como era de esperarse me atribuían la autoría del incendio, de tal manera que al compararme con un corrupto alcalde de otras latitudes, sentenciaban que tenía como propósito “borrar cualquier evidencia de las fechorías”.
“Caos” nos había asestado un duro golpe, y aunque para entonces aún tenía dudas, el Jefe de la CIC posteriormente me confirmó los indicios, al asegurar que “un artefacto incendiario había sido colocado dentro de la oficina de telecomunicaciones de la Alcaldía de Barbatusca”, porque de otro modo no se podría explicar que el incendio focalizadamente hubiere alcanzado tal fuerza y entidad en tan solo veinte minutos.
Lamentablemente, por un tecnicismo jurídico, la investigación no pudo ser adelantada formalmente por parte de la CIC, quedando en manos del Ente de Investigación Estatal, institución que resultaba tener la jurisdicción y competencia territorial para asumir la causa.
Por su parte, el reporte de los bomberos indicó que “carecían de elementos suficientes para esclarecer las causas del incendio”, sin embargo, extra oficialmente señalaron que el incendio se debió a “un corto circuito”.
Nosotros sin embargo, a través de un comunicado de prensa “no descartamos la presencia de manos criminales”. No solo por la información de inteligencia que habíamos recibido, sino porque nos resultaba increíble que el fuego hubiese iniciado en la oficina de telecomunicaciones, por cuanto que precisamente esta oficina había sido remodelada a principios de mi administración, cambiando integralmente el sistema de cableado eléctrico y toma corrientes, instalando redes, equipos de ventilación y refrigeración, acondicionando la central telefónica, servidores de internet y toda suerte de aparatos de última tecnología. Adicionalmente, nos resultaba altamente cuestionable que en esa oficina se grabaran los videos que arrojaban las cámaras de vigilancia apostadas en las instalaciones del Palacio Municipal, y que los responsables de su cuidado hubieren dejado las copias de seguridad de ese día al interior de esa dependencia.
De nada nos sirvió en ese momento que las cámaras que habíamos instalado en la Alcaldía fueran de última tecnología y que remotamente pudieran ser vistas con dirección “IP” desde cualquier computador, toda vez que nunca pudimos obtener las imágenes del siniestro. Los videos también se habían incinerado.
Haciendo de “tripas corazón”, durante el sábado y domingo inmediatamente siguiente a la noche del incendio, se puso en marcha nuestro “plan de crisis”. El equipo de gobierno y colaboradores de la Alcaldía estuvieron a la altura de las circunstancias y trabajaron sincronizadamente con los soldados del batallón, que nos apoyaron en la remoción de escombros, generando un impecable manejo de la contingencia.
El lunes siguiente, a tan solo dos días del incendio, la Alcaldía abrió sus puertas. “Remolinos” de gente entraron por “novelería” a revisar los “estragos del incendio”, pero ellos no podían creer lo que veían.
Un telón con la frase “nuestro gobierno es a prueba de fuego”, cubría la parte donde estaban las oficinas que se habían quemado, las que ya habían sido acondicionadas para que no existiera rastro alguno de escombros o señales del incendio.
“Acá no pasó nada”, decían al unísono los visitantes y transeúntes del Palacio Municipal. A la semana siguiente, personalmente me encargué de agradecer a todos y cada una de las personas y entidades que habían ayudado a evitar la catástrofe y que contribuyeron a que cesara la horrible noche. John Ascanio y los integrantes de los cuerpos de socorro, recibieron sendas condecoraciones por el deber cumplido.
Trabajamos incansablemente. Luego de cuatro meses habíamos reconstruido totalmente la parte afectada de instalaciones del Palacio Municipal de Barbatusca, logrando convertir una debilidad aterradora en una fortaleza para nuestro gobierno. Pues aprovechando que debíamos demoler las modernas y feas instalaciones del Concejo Municipal para rehabilitar las oficinas del segundo piso que se sostenían sobre su placa que a la vez les servía de piso, reinstauramos arquitectónicamente el paso entre el primer y segundo patio y juntamos en un corredor continuo todo el segundo nivel, devolviendo al Palacio Municipal la majestad que como Casa Consistorial tuviera durante la Colonia.
Unas semanas después de ese viernes nefasto, recibí en mi oficina al Tesorero Municipal de Barbatusca, un joven economista de apellido Turriago. Como amigos que éramos le jugué algunas bromas sobre la forma exagerada como cuidaba su cabello y procedí a atender los asuntos que me traía.
Durante mi primer año de gobierno había promovido una reforma al estatuto de rentas municipal e introduje de manera mejorada la “sobretasa bomberil”. Una contribución especial que serviría para financiar a los bomberos de Barbatusca a partir de los impuestos prediales y de industria y comercio.
En efecto, los recursos para sufragar la sostenibilidad de los bomberos se habían mejorado ostensiblemente durante mi administración, toda vez que como se dijo eran dos las fuentes de recursos gubernamentales que los nutrían.
Ese año también se celebraban los 300 años de la aparición de la Virgen de Torcoroma, y habíamos dejado en el presupuesto municipal una partida por 150 millones de pesos para que a través de un convenio con la Diócesis se construyeran unas escalinatas alternas en el Santuario, se publicara un libro conmemorativo y se apoyara la celebración misma. Yo había sido muy celoso con esos dineros que provenían de fuente propia y había pedido a la Secretaria de Hacienda que los pusiera en cuenta separada a la de los recursos ordinarios. Más que un compromiso con el Clero, había contraído una promesa misma con la Virgen.
Alcalde, debemos pagarle a los bomberos la sobretasa por el recaudo de abril y mayo – Me dijo sonrojado el Tesorero Turriago.
Hermano, pues pagáles – Le contesté poniéndole aquella cara que mostraba cuando algo me resultaba obvio.
¿De dónde flores si no hay jardines? –Me ripostó Turriago al instante en que se retiraba el lacio pelo de su frente y se peinaba velozmente con su mano. Sin mediar palabra, me acomode en la silla principal de la mesa colonial de cedro negro que tenía en mi despacho, dando la espalda a la ventana por la que me gustaba mirar los atardeceres, mientras apoyaba sobre la mesa mis codos y juntaba las manos permitiendo que los dedos se entrelazaran.
Aunque ahí está la plata para los 300 años de la Virgen- Afirmó sonriente el Tesorero-. Turriaguito, -le hablé mientras me ponía de pie- ¿Si vos gastás esa plata, qué le voy a decir a la Virgen?
Alcalde, ¿Quién apagó el incendio, la Virgen o los bomberos? – Me contestó Turriago.
Segundos después lo miré fijamente y le dije –Pagále a los bomberos, que a la Virgen después vemos-