Bolívar, definitivamente no pudo haber bajado tranquilo al sepulcro, pues no cesaron los partidos ni mucho menos se consolidó la unión.
El Chavismo que encarna Nicolás Maduro se dice heredero de los más puros principios bolivarianos, y aunque no soy ni Chavista ni anti-Chavista, si debo decir que como colombiano rechazo los desmanes y atropellos que están viviendo cientos de compatriotas que lo perdieron todo por una decisión política arbitraria de dicho régimen.
No serán suficientes las denuncias de nuestro gobierno ante el sistema de Naciones Unidas, ni las escaramuzas de acudir ante la Corte Penal Internacional, porque lo que hoy está pasando entre nuestras naciones va mucho más allá del Derecho Internacional al tocar las fibras propias de la dignidad humana y del espíritu que encarna la unidad de los pueblos.
Me pareció extremista, sectaria y grosera la intervención de Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, al referirse a los colombianos y a la crisis en la frontera. Mientras nuestros compatriotas sufren los rigores del nuevo apartheid, el presidente Maduro bailaba la “Pollera Colorá”. No creo que haya la más mínima observancia de los principios bolivarianos por parte de estos dirigentes del país fronterizo y ni qué decir del respeto por la Carta Americana de Derechos o incluso los valores que inspira a la Unasur.
El maltrato dado a nuestros compatriotas en Venezuela es muy grave, no hay palabras para seguir describiendo la indignación, la que se hace aun mayor al ver que las respuestas diplomáticas no surten efectos y que nuestro gobierno se refleja impávido e incluso impotente en el concierto internacional. Mientras insistimos en darle un componente multilateral a la crisis bilateral, el gobierno venezolano fortalece su postura y reafirma su liderazgo regional. No de otra manera pueden interpretarse las reuniones entre Maduro y Ban Ki-moon, o entre este y Vladimir Putin y la vergonzosa negativa de la OEA al gobierno colombiano para convocar la reunión de cancilleres del hemisferio.
No dejo entonces de preguntarme en qué momento fracasó la política internacional de Colombia, por lo menos en lo que a américa latina respecta, la que se veía avasalladora al cierre del primer gobierno Santos y a comienzos de este segundo periodo. Cuando la credibilidad interna de los procesos gubernamentales y electorales, a expensas de los diálogos de paz, hacen agua en la opinión pública, el manejo de las relaciones internacionales afloraba como un buen camino transitado.
La crisis del precio del petróleo, la trepada de la cotización del dólar y la consecuente devaluación del peso, como la hecatombe de los TLC, plantean un panorama sobrecogedor, que se suma a la incredulidad en el proceso democrático que se avecina y al vituperado diálogo con las FARC.
Lo grave de plantear un diagnóstico es no proponer las soluciones y peor aún, conocer los problemas y no hacer nada por remediarlos. Por lo que nunca acostumbro a posicionarme desde el lado oscuro de la fuerza, y aunque hoy lo parezca, no será la excepción, pues sigo creyendo que el problema fronterizo se solucionará pronto, que las victimas producto de este desenfreno institucional de Maduro tendrán tarde que temprano ser indemnizadas, que la economía rendirá frutos a favor de la prosperidad social y que Colombia alcanzará una paz duradera, proyectando la región hacia el sueño de la integración latinoamericana como una misma nación, que pensara Bolívar y que por seguir viviendo en la patria boba no hemos podido consolidar.
Por, Yebrail Haddad