Leyendo el simpático artículo “Me atracaron con un coco” del compositor guajiro Julio César Oñate Martínez, y que gentilmente me envió Alejandro Gutiérrez De Piñeres y Grimaldi (¡la próxima vez y por pura flojera tan sólo colocaré A.G.D.P.Y.G!), se me ocurrió escribir otro parecido -pero diferente- al que titularía tal como quedó en el encabezamiento. La historia de Julio Cesar trata sobre la vez que amablemente le trajo a la periodista Tatiana Orozco Mazzilli un coco de agua para calmarle el hambre que le produjo su dilatada y extenuante labor profesional “y el bellaco de la carretilla me arrancó cinco tablas por él y de vaina no me cobró el domicilio. Mi amiga quedó complacida y yo con la sensación de sentirme atracado por un coco”.
Eran como las seis y media de la tarde cuando después de cotorrear (¡ojalá no se sienta aludido mi muy apreciado amigo Fernando Torrado De la Rosa!) frente a la “Clínica Divino Niño”, me despedí de Carlos Jácome Vergel, Manuel Ujueta Quintero y Álvaro Quintero Arévalo para ir a comprar pan y llevarlo a casa. Durante el trayecto que me separaba de la panadería, percibí el característico y subyugante olor a arepa ocañera que expelía uno de los muchos sitios en donde las venden. (Nunca he podido saber qué es más seductor si el olor a pan recién salido del horno o el de la arepa acabada de asar). Me asomé y pude detallar cinco mesas cubiertas por llamativos manteles de color verde claro, cuatro enmarcadas fotografías que mostraban la catedral de Santa Ana, el santuario del Agua de la Virgen de Torcoroma, la columna de la Libertad de los Esclavos y la otra el monumento de Cristo Rey adornaban las blancas paredes de aquel pulcro y atractivo lugar. En la puerta de entrada se veía colgado un llamativo pendón de mediano tamaño en el que se podían leer las diferentes presentaciones de las arepas con sus respectivos precios, y al final del listado unas sugerentes frases de agradecimiento y cordial invitación escritas con indudable estilo güicho:
AREPA MIXTA …….. $ 5.000
AREPA MEXICANA $ 4.000
AREPA CON POLLO $ 3.500
AREPA CON CARNE $ 3.500
AREPA CON QUESO $ 2.000
AREPA CON MOLLEJITAS ….. $ 3.500
AREPA CON HUEVO PERICO $ 2.500
AREPA DE AGUACATE CON QUESO …… $3.500
AREPA CON HUEVO, JAMON Y QUESO $ 4.000
LOS PRECIOS INCLUYEN CAFÉ NEGRO,
CAFÉ CON LECHE O AGUEPANELA.
GRACIAS POR VISITANOS Y APOYAR
ESTA MICROEMPRESA FAMILIAR.
¡VOLVÉ PA’ TENER EL GUSTO DE ATENDETE!
Debí esperar unos quince minutos mientras un rollizo señor se levantó de la silla, pagó lo comido, y se despidió con un familiar e inesperado consejo: “las que llevan aguacate y queso están como pa’chuparse los dedos”. Fue entonces que pude sentarme. El resto de la mesa lo ocupaba una joven pareja y su adolescente hijo. Al instante llegó una caribonita y cincuentona mujer que, dejando entrever una sonrisa respaldada por envidiable dentadura, saludó y me preguntó qué iba a comer. Sin titubear le contesté: ¡Lo mismo que el señor que acaba de pararse!
El imberbe muchacho que me quedó de vecino, notando mi asombro por la forma atenta como fui atendido, creyó oportuno explicarme: Se llama Guadalupe, le dicen Lupe, tiene un hermano que es sacerdote en San Calixto, la mamá es doña Torcoroma, la llaman doña Torco, y es la dueña de este negocio. Tuve la malévola intención de manifestarle: ¡Muchas gracias chisme fresco!, pero el recato y la prudencia agarraron por el cuello la lengua y la ahorcaron. ¿Será otro falso positivo?.
La arepa no es simplemente un alimento, o el reemplazo del pan, o uno de los tantos derivados del maíz sino la identidad gastronómica, cultural y social de una región. Igualmente es la íntima relación entre lo que llamamos el sustento y la comunidad, el medio ambiente y los rasgos histórico-sociológicos. Esa debe ser la razón por la que todos los días que como arepa -gracias al Creador y a mi tolimense esposa a la que mamá le dictó un intenso y efectivo curso de cómo hacer arepas ocañeras en cambio de lechona espinaluna- siento que estoy comulgando con una enorme hostia de maíz, causante de las más sacras evocaciones: el rumor de las nubes cruzando el azulino cielo de Ocaña, la íntima Primera Comunión, el idílico hechizo del primer beso, la eterna amistad con el compañero de colegio, el llamado de las campanas a la misa dominical, la bramante brisa que iza los barriletes hasta el más allá, el delicioso sabor de las cocotas, la piadosa bendición de los papás, las mirlas que cantan en el florido barbatusco y el doloroso momento de la despedida.
En el laborioso proceso de hacer la arepa, moler el maíz previamente cocido era quizás el que menos nos llamaba la atención. De hacerlo sólo se escapaban los niños, los tronchados, los que estaban estudiando o haciendo tareas escolares, el agripado por la tos, el contagio y sobre todo por la moqueadera. Papá quedaba de primero en la lista de aptos para prestar el servicio militar obligatorio.
Los pasos previos a la molida eran estos: Con una cuchara grande de madera o de peltre se sacaba de un perol el maíz todavía caliente y se aprovisionaba la máquina de moler marca Corona. Con la manivela se hacía girar un disco dentado por donde salía una ondulada y larga tira de masa que caía en una vasija. Al terminar la molienda de todo el maíz cocido, la mamá lo recogía y le daba forma de bolas del mismo tamaño. De ahí y con hábil mano iban apareciendo las redondas arepas.
Por todas las bondades me atrevo sugerirle al atracado Julio César que la próxima vez que quiera calmarle el hambre a la eficiente Tatina no le lleve un costoso, intrascendente y aburrido coco de agua sino una barata, significativa y sabrosa arepa ocañera, eso sí embutida con queso y aguacate.
Y otra cosa guajiro: La arepa es más nutritiva que el coco. Además el coco hay que esperar a que madure, buscar un simbiótico hombre-mico que lo baje, lo pele y lo abra, mientras que la arepa no requiere de tantos perendengues. Sólo basta con sentarse, pedirla, comerla ¡y listo pa’ la foto!.
Jorge Carrascal Pérez