Llegó el momento en que Lucía no hablaba porque sentía que las vibraciones de las cuerdas vocales empeoraban el dolor, ya todas sus venas estaban fibrosas y no podían canalizarla porque no tenía acceso vascular, cuando bebía agua vomitaba hasta medio litro de jugos gástricos, lo cual acentuaba su debilidad, difícilmente podía sostener su cabeza, pero aun así miraba a Martín y a Eduardo con ojos de ternura para decirles que la dejaran ir, que era el momento de volver a Campo Verde.
Lucía Castro fue en su juventud una mujer verraca, quedó huérfana de madre a sus 11 años, luego de que su padre formara un hogar con otra mujer, sus dos hermanos se fueron a Venezuela y nunca más supo de ellos; se fue a vivir a Ocaña y a sus 17 se casó con Martín Suárez, un humilde campesino, con quien tuvo a Martín y a Eduardo; cuando con los ahorros de varios años de cosechas logran comprar una casa cerca a la plaza de mercado, la guerrilla secuestra y asesina a su esposo; entonces esta mujer lavando y planchando ropa ajena y haciendo arepas en fogón de leña, les da a sus dos hijos, los estudios en el colegio y la Universidad; con sus hijos profesionales su vida empieza a marchar como la de una cristiana común y corriente, ya sin tantos ajetreos; pero a sus 52 años le diagnostican cáncer de Ovario, y en manos de especialistas, es sometida a una cirugía para remover el tumor, casi muere.
Probablemente después de superar esto, pensó que no se enfrentaría a algo peor, pero en septiembre de 2014 tras un examen de rutina, le fue diagnosticada una recaída de esta enfermedad del diablo, lo que la llevó en cuestión de cuatro meses a tan decadente condición.
Historias como esta tienen lugar en nuestro país, donde en el 97 la Corte despenaliza la eutanasia y además reconoce el derecho a morir dignamente en el entendido de que prolongar la existencia de una persona que no quiere vivir dadas sus profundas y dolorosas aflicciones, es obligarlo a padecer un estado cruel e inhumano y violar el pluralismo que implica tener visiones distintas frente a la vida; sin embargo muchos colombianos se murieron queriendo decidir en qué momento parar de sufrir y sufrieron hasta que aguantaron, porque en 18 años ningún Congreso reglamentó este derecho a morir dignamente.
Hoy, ante la inoperancia del legislativo, y de que la Corte ordenara al Ministerio de Salud emitir una directriz para la práctica de la eutanasia, podemos los colombianos decidir en qué momento dejar de padecer una aflicción ante la condición terminal de una enfermedad.
Hoy Lucía podrá tomar la decisión de morir sin antes dejar de ser persona, sin dejar de ser una ciudadana con derechos, conservando su dignidad, haciéndole el desquite a un flagelo aún peor y evitándoselo a sus dos hijos.
Hoy probablemente el señor Procurador se debe estar revolcando entre escapularios y camándulas al ver limitadas sus facultades legales al momento de incidir hasta en la forma de morir de los colombianos. Y es que el hombre como cualquier otro colombiano, tiene derecho a estar en contra de la eutanasia, pero además de ilegítimo es abusivo que imponga su visión religiosa y que reemplace la constitución con la Biblia.
En cuestión de días los restos de Lucía reposarán en Campo Verde, la vereda donde hizo su vida antes empezar su viacrucis y por su decisión se habrá evitado un sufrimiento innecesario al morir con dignidad.
*Frase célebre de Jack Kevorkian, padre de la eutanasia.
Jorge Luis Solano Quintana
@solanojorge