Hace un par de años Colombia figuraba como el segundo país más feliz del mundo; en 2015 nos han mandado al puesto 33, pero yo soy más feliz ahora que hace dos años.
El informe que hace un panel de expertos desde 2012 a instancias de Naciones Unidas, mide la felicidad en términos del progreso social de los países y las políticas públicas orientadas al bienestar de sus ciudadanos, para esto se tienen en cuenta, el producto interno Bruto, la esperanza y la calidad de vida de la gente, la libertad de expresión, los niveles de ingresos y el apoyo por parte de las instituciones públicas.
Revisando el listado, encontramos que entre los países más felices del mundo se encuentran: Suiza, Islandia, Dinamarca, Noruega, Canadá, Holanda, Nueva Zelanda, Australia y Estados Unidos; y no es coincidencia que esos mismos países aparezcan en el listado de países con mejor calidad de vida, los más seguros, con menores tasas de discriminación y en los que más se respetan las libertades individuales; sí, éstos son países donde las instituciones públicas son eficaces y por lo mismo son respetadas, pero además, son países donde la gente vive la vida con tranquilidad, donde se ve al otro como igual, donde lo básico no es una necesidad, donde sus ciudadanos buscan mejores condiciones pero porque la ambición hace parte de la naturaleza humana.
En Colombia se ve mucha gente sonriendo, y a diario tenemos muchas razones para celebrar; es más, la primera vez que escuché de este dichoso informe, supuse que tenían en cuenta ese tipo de cosas, las veces que una persona celebra, cómo lo celebra, qué tan alegre es la música que se escucha, cuántas fiestas, festivales y reinados hay, incluso, la forma en que se asume la vida a pesar de las adversidades; si así fuera, seguramente tendríamos medalla de oro, pero no, el cuento va por otro lado, lo que se evalúa es la forma en que desde lo institucional se facilitan los mecanismos para que los ciudadanos vivan felices; y en ese sentido no entiendo cómo llegamos a ocupar el segundo lugar alguna vez, el puesto 33 se ajusta más a la realidad.
Siempre que hablo de mi felicidad, digo que si estoy tranquilo y me voy acercando a mis metas, estoy siendo feliz; y en eso debería resumirse la vida de todos los seres humanos, en buscar la tranquilidad, y en nunca dejar de luchar por lo que nos hace sentir plenos, invirtiendo nuestro tiempo en tareas que hagamos con esmero, con una sonrisa en la cara, dedicando nuestros días a hacer linda la vida, eso sí, con la condición de no pasar por encima de la felicidad de los demás.
Los colombianos bien podríamos actuar desde la ciudadanía para que esa felicidad que se evalúa desde lo institucional ocupara un puesto que nos hiciera más felices, pero hemos sido conformistas y permisivos, hemos sido, como decía hace unos días, esa generación que representa el retroceso de muchos años de evolución del concepto de ciudadano. Sin embargo algo que nos queda más fácil, sin olvidarnos nuestro papel en los procesos sociales de nuestro país, medianamente feliz, es tomar la decisión de ser felices, de buscar la tranquilidad en nosotros mismos y de tener claro qué queremos, para caminar constantemente hacia la realización individual, respetando desde luego, la forma en que los demás son felices.
Jorge Luis Solano Quintana
@solanojorge