Hoy con voz triste pero enérgica, quiero expresar el sentimiento de impotencia, dolor y rabia que me produce el acto infame, aleve y reprochable que se ha cometiendo en la persona de Monchito, un ciudadano cuya familia es, como pocas, merecedora de gratitud por su entrega generosa a las causas humanitarias y al desarrollo de la región.
¿Quién en la niñez y después en la edad adulta, no recibió los beneficios de la entrega, responsabilidad y sabiduría del doctor Manuel José, y tiempo atrás de su recordado padre el médico Ramón Cabrales Pacheco? ¿Quién además no supo de la incansable lucha de los hermanos Pedro y Ramón José Cabrales Aycardi en pro de la generación de empleo y el progreso de una sociedad? ¿A qué hogar abatido por las penurias físicas y espirituales no llegó la mano caritativa y la voz de aliento de doña Eva Aycardi de Cabrales?.
Ocaña ha sido una tierra que ha venido saboreando los saludables frutos del ejemplo y las enseñanzas de tan meritoria familia. De ahí mi conflicto al no poder comprender cómo a las personas que dan muestras tangibles de generosidad sin límites, una mano misteriosa les paga con tamaña desventura. Tal parece ser que los ojos no pudieran ver claramente la figura de Dios sino a través de las lágrimas y el sufrimiento.
Nada más oportuno para este momento, que acondicionar algunos párrafos del más célebre y conmovedor discurso pronunciado por el difunto líder pacifista Martin Luther King Jr: Tengo un sueño. «Estoy orgulloso de reunirme hoy con ustedes en la que quedará como la mayor manifestación por la libertad en la historia de nuestra ciudad. Es obvio que hoy Ocaña ha fallado a la promesa de proteger a su gente. En vez de honrar esta obligación sagrada, las autoridades giraron un cheque sin valor que fue devuelto con el sello de “fondos insuficientes”. Pero nos rehusamos a creer que el Banco de la Justicia esté quebrado. Nos rehusamos a creer que no hay fondos en los grandes depósitos de oportunidad en esta ciudad. Por eso hemos venido a cobrar ese cheque, un cheque que nos dará las riquezas de la libertad y la seguridad de la justicia.
Ahora es el tiempo de elevar nuestra ciudad de las arenas movedizas de la injusticia social hacia la sólida roca de la hermandad. Ahora es el tiempo de hacer de la justicia una realidad para todos los hijos de Dios. Sería fatal pasar por alto la urgencia del momento. Este sofocante verano del legítimo descontento no terminará hasta que venga un otoño revitalizador de libertad e igualdad. Los remolinos de la revuelta continuarán sacudiendo los cimientos de nuestra nación hasta que emerja el esplendoroso día de la justicia. Les digo a ustedes hoy, mis amigos, que pese a todas las dificultades y frustraciones del momento, yo todavía tengo un sueño. Es un sueño arraigado profundamente. Dejen sonar la trompeta de la libertad desde cada colina y cada montaña, desde cada ladera. Y cuando esto ocurra, cuando dejemos resonar la libertad desde cada pueblo y cada caserío, desde cada departamento y cada ciudad, seremos capaces de apresurar la llegada de ese día en que todos los hijos de Dios serán capaces de unir sus manos y entonar las palabras de un viejo canto espiritual: ¡Por fin somos libres! ¡Por fin somos libres! Gracias a Dios todopoderoso, ¡por fin somos libres!»
Jorge Carrascal Pérez