Asistir a las reuniones que convocan los muchos candidatos a ocupar los diferentes cargos en disputa, es una experiencia única y enriquecedora de la que no debemos privarnos. Y si además durante su desarrollo participamos activamente aclarando dudas, aportando conocimientos, alimentando el interés entre los asistentes, señalando errores y dando soluciones, desnudando engaños, impidiendo el uso de la mentira, la calumnia, la manipulación y la ofensa personal, denunciando atropellos, artimañas, componendas. Sacando a relucir debilidades y fortalezas, recatos y vicios, yerros y aciertos, utopías y realidades del programa expuesto por el aspirante en ciernes. De ahí que sea mucho más fácil callar que debatir. Será eso lo que acalla al auditorio.
Modificar los hábitos electorales no es tarea sencilla y fácil, por ello es importante saber cómo hacerlo y distinguir en qué momento debemos plantearlo. El cambio es la medicina indicada para sanar la democracia pero que hay que darla de manera serena, paciente y confiable. No puede ser utilizando la fuerza de la imposición, ni recurriendo al caduco y dañino sectarismo.
El malsano y propagado cuento con el que se evade la responsabilidad personal y patriótica, debemos tirarlo a la basura. ¿Cómo así que “a mí no me interesa la política”, “Yo no vivo de la política”? O esta otra retahíla: “Siempre son los mismos con las mismas”, “vote o no vote tengo que trabajar, pagar impuestos, montarme en las mismas peligrosas busetas, vivir en el mismo barrio revoltoso, andar por calles llenas de huecos, ver conductores de carros y motos sin Dios y sin ley, mirar cómo atracan, sufrir los malos servicios de transporte, salud, luz, agua y teléfono”.
Y la respuesta a todos esos interrogantes puede ser compleja pero no imposible. Sólo votando consciente y honradamente, sin presiones y menos con la boca llena de golosinas que después irritan e indigestan, sabiendo a quién voy a elegir -y esto es bastante sencillo en Ocaña en donde uno se entera de primera mano quién es quién, qué estudios tiene, qué cargos ha ejercido, cuál fue su desempeño, quiénes son sus padres por aquello “de tal palo tal astilla”, qué ofrece, si va a invertir en programas sociales, en la infraestructura de la ciudad (alumbrado, seguridad, salud, vías, puentes y si estos son necesarios porque a veces los construyen para justificar inversiones o aparentar que están empeñados en trabajar y ofrecer obras), si piensan en los ancianos, las personas con limitaciones físicas, el analfabetismo, la drogadicción, el desorden, la agresividad.
Otros elementos para hallar la respuesta es saber a quién le voy a entregar la autoridad y pensar qué hará con ella, además, si va a mejorar la atención en los hospitales, el bienestar de la comunidad, la creación de espacios culturales en los que se pueda interactuar e instruirse la gente, demandar honestidad, prudencia y prioridad en las gastos, en los temas de educación, salud y alimentación cuál es su interés, y en qué lugar coloca la importancia y necesidad del cuidado y desarrollo de la niñez, pilar fundamental en el que gravita el futuro de la sociedad.
Saber que la forma de gobernar y sus consecuencias están regidas en su mayoría por decisiones políticas es verdaderamente importante. El precio de los salarios, la educación, el consumo, la jornada laboral, el ritmo de vida, la ecología, los derechos y deberes que tenemos, y hasta nuestra supervivencia, dependen de las medidas que tome e imponga el político electo a pesar de no contar con nuestra anuencia y todo porque “para qué votamos si ya todo está arreglado”.
Así es difícil que Ocaña pueda salir del atraso, la corrupción, el saqueo y la violencia en el que la tienen sometida ciertas minorías impuestas fraudulentamente o por la reprochable y endémica pereza de los ciudadanos que pueden y deben ejercer el sagrado e ineludible derecho al voto y no lo hacen. Seguiremos entonces gobernados por los ineptos, los insensibles, los corruptos que son los que tienen el voto contante y sonante de la aceitada y destructiva maquinaria del voto.
En el caso de Ocaña, las elecciones se distinguen por la corrupción, esa lacra que, se hace casi inmaterial en las campañas, en las pancartas colocadas estratégicamente en donde se resalta la cara sonriente y el signo de la V en la mano del candidato, la foto cargando un niñito, abrazando a una mamá, proyectando una imagen muy distinta a lo que realmente es y convirtiendo el voto en un ejercicio donde se escoge al menos malo del saco de podridas candidaturas. O al que más bonito quedó en la valla patrocinada con dineros de no sé quién. Pero lo que yo sí sé, y ustedes también, es quién le va a recuperar a la abandonada Ocaña el orden y la seguridad perdida.
Jorge Carrascal Pérez