A Sergio Fajardo lo conocí hace casi una década en su casa en La Capital de la Montaña, nos habíamos encontrado por invitación suya para recibir algunos consejos de cómo hacer una campaña política sin plata y desprovista de los vicios de la politiquería.
Mientras almorzábamos una hamburguesa preparada por su nana de toda la vida, Sergio nos dibujaba un mapa conceptual que explicaba sus aciertos programáticos y sus apuestas fundamentales. Se trataba nada más y nada menos que la “biblia” de su proyecto de desarrollo humano: Medellín la más educada. La sencillez y precisión de sus conceptos reflejaban la madurez del alcalde y la inteligencia del matemático.
Lo que se había previsto como un encuentro furtivo de un admirador empedernido desembocó en una buena amistad aun cultivada. Un par de veces más nos encontramos en su casa y otra fui visitado por él durante mi paso por la Alcaldía de Ocaña para inspeccionar juntos los avances en la construcción del Parque Biblioteca Chaid Neme, en el barrio La Perla. Nos reunimos por razón de la campaña a la Presidencia y lo visité en su apartamento de segundas nupcias con ocasión de su accidente en bicicleta. Luego nos veríamos frecuentemente en nuestros roles laborales, él ya como Gobernador de Antioquia y yo como Servidor del ICBF.
Más allá de hacer de este escrito un mar de anécdotas y elogios, o diario de encuentros con Fajardo, pretendo dar un testimonio sobre un hombre al que conocí en varias facetas de su personalidad y nunca ha dado la más mínima señal de ser incoherente en su vida diaria y en su actuar político. Incluso, cuando han tratado de insinuarle que haga recomendaciones laborales a sus amigos y partidarios siempre ha sido, a decir de algunos, “más papista que el papa”. Para Sergio, la meritocracia es una regla absolutamente inquebrantable.
Hoy cuando se señala al Gobernador de haber favorecido al esposo de una amiga suya, excompañera de lides, con la entrega de una licencia para explotación de arena y piedra, no solamente hay que dar claridad a los hechos sino que también hay que salir en defensa del político decente. El permiso para la explotación de la grava fue solicitado por el propio dueño de la finca donde la mina yace al anterior Gobernador, el mismo mandatario que inició el trámite pero no lo culminó y quien denunció después a Fajardo por haberlo hecho. En efecto, se trataba de una solicitud para ejercer un derecho que se inició en otra administración y que no involucraba ningún recurso público ni se aparejaba a la explotación de minerales preciosos.
Por experiencia propia sé, guardando las justas proporciones, que cuando un asunto de trámite llega al escritorio del gobernante este ya viene revisado por varios asesores jurídicos y por el secretario del ramo. Generalmente el cúmulo de papeles y de asuntos prioritarios por resolver no da tiempo para ver a fondo las carpetas que sustentan ese tipo de procedimientos administrativos, reduciendo la tarea a dar un vistazo a la resolución que lo autoriza y al nombre del favorecido.
Pues bien, Fajardo vio el nombre del beneficiario y no supo de quien se trataba, eso ha dicho Sergio, y si él lo dice, yo le creo. Fajardo hace política porque: “los políticos son los que toman las grandes decisiones del País, y si la gente buena no hace política, ¿Entonces quienes toman las grandes decisiones?” No vaya a ser que por un tecnicismo jurídico los colombianos nos vayamos a perder de una persona buena que toma grandes decisiones políticas.